... Al momento escuché a Fran decir mi nombre desde la puerta de la
habitación de sus padres, en voz baja, y haciéndome señas con la mano derecha
mientras la izquierda ya la tenía asida sobre el pomo. Me acerqué desconfiado y
me asomé tímidamente al interior de la estancia, para mí, hasta entonces inexplorable. En ese
mismo instante un sentimiento de pánico recorrió mi cuerpo paralizándome por un
momento. Y al mismo tiempo, ese mismo sentimiento era el que me empujaba hacia
el interior. Era la habitación más grande de la casa, nada más entrar a la
izquierda, había una cómoda en madera de estilo Luis XV, sobre ella había
algunos retratos de la familia y como presidiendo toda la estancia, en el
centro había una figura imponente de un Sagrado Corazón entronizado; sobre su
mano izquierda sostenía una bola del mundo, en su pecho abierto mostraba su
corazón sangrante, su mano derecha le tenía levantada con dos dedos señalando
al cielo en señal de bendición. A un lado de la habitación quedaba un armario
del mismo estilo que la cómoda y frente al armario, en la pared opuesta, se
veía una ventana entreabierta con unas cortinas dobles que velaban la luz, pero a la sazón no podía decirse lo mismo del
calor, que a esas horas era sofocante. Al frente, la cama de matrimonio, y a
los lados de esta, unos descalzadoras también de estilo Luis XV. Y sobre la
cama, los cuerpos rechonchos de mis dos tíos reposaban sesteantes. Mi tía,
desparramaba sus blandas carnes, dilatadas por el calor, en su mitad del
colchón. Sus brazos con la piel descolgada; todavía tenía churretes de la
sandía. Llevaba puesto tan solo un corto camisón, lo que me hizo sugerir una
pregunta in mente, en aquellos momentos sin respuesta:
—¿Para qué lo llevara
puesto…? ¡Si no le tapa nada!...
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