... Alejado impunemente del
calor de mi hogar. Desterrado por el novio de mi madre, cruel acompañante que
simplemente me veía como un estorbo del que habría de desprenderse. Yo pensaba:
¡Te maldigo! ¡Sí! A ti. ¡Ruin! ¡Aprovechado! Que compartes lecho con mi madre.
¡Usurpador! ¡Ladrón! Que me has destronado del cetro familiar. A ti. ¡Zafio!
Que me has apartado del abrazo materno. Que me has echado de mi casa para
ocupar tú mi lugar. Que me has desposeído del más preciado tesoro. ¡Sí! A ti.
Que traicionas a mi nombre y al de mi padre. ¡Sí! A ti. Que no tienes donde
caerte muerto y vienes a engancharte como un parásito infecto a la teta de mi
madre.
Estos pensamientos me iban corroyendo desde
mi interior, notaba como bajaban desde mi cabeza, me oprimían la garganta y
luego el pecho, para luego descender como fuego a mi estómago. No podía hacer
nada. No podía enfrentarme a ellos. No tenía delante de mí a nadie para
descargar mi rabia. Y lo que era peor aún, tampoco tenía a nadie que me pudiera
proteger. Empezaba a tener dificultades para respirar, estiraba mi cuello,
estaba inquieto, nervioso, me dolían todas las articulaciones. Intentaba
incorporarme pero sentía vértigo. Todo se movía a mí alrededor, la habitación
tenía proporciones irregulares, imposibles, el suelo era inalcanzable,
profundo, inestable, eso hacía que se moviera la cama como si estuviera
navegando en una mar embravecida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario