viernes, 17 de julio de 2015

La siesta: "Melocotones para mi sobrino"







   ... Al momento escuché a Fran decir mi nombre desde la puerta de la habitación de sus padres, en voz baja, y haciéndome señas con la mano derecha mientras la izquierda ya la tenía asida sobre el pomo. Me acerqué desconfiado y me asomé tímidamente al interior de la estancia,  para mí, hasta entonces inexplorable. En ese mismo instante un sentimiento de pánico recorrió mi cuerpo paralizándome por un momento. Y al mismo tiempo, ese mismo sentimiento era el que me empujaba hacia el interior. Era la habitación más grande de la casa, nada más entrar a la izquierda, había una cómoda en madera de estilo Luis XV, sobre ella había algunos retratos de la familia y como presidiendo toda la estancia, en el centro había una figura imponente de un Sagrado Corazón entronizado; sobre su mano izquierda sostenía una bola del mundo, en su pecho abierto mostraba su corazón sangrante, su mano derecha le tenía levantada con dos dedos señalando al cielo en señal de bendición. A un lado de la habitación quedaba un armario del mismo estilo que la cómoda y frente al armario, en la pared opuesta, se veía una ventana entreabierta con unas cortinas dobles que velaban la luz,  pero a la sazón no podía decirse lo mismo del calor, que a esas horas era sofocante. Al frente, la cama de matrimonio, y a los lados de esta, unos descalzadoras también de estilo Luis XV. Y sobre la cama, los cuerpos rechonchos de mis dos tíos reposaban sesteantes. Mi tía, desparramaba sus blandas carnes, dilatadas por el calor, en su mitad del colchón. Sus brazos con la piel descolgada; todavía tenía churretes de la sandía. Llevaba puesto tan solo un corto camisón, lo que me hizo sugerir una pregunta in mente, en aquellos momentos sin respuesta:

   —¿Para qué lo llevara puesto…? ¡Si no le tapa nada!... 



El menor de los hermanos: "Melocotones para mi sobrino"





... Andrés por el contrario nunca mostraba simpatía con nadie, y cuando sonreía, tan solo dibujaba un atisbo de gracejo con una mitad de la cara tratando de imitar a la madre, manteniendo la otra mitad, más dura e inexpugnable como la del padre. Parecía que el niño estaba hecho de recortes, de caracteres soldados de forma basta. Un retrato cubista de desechos que no quería nadie, un accidente en la historia de esta familia. Fue como un percance en el camino de sus vidas. Nació en un mes de primavera  como un duro recordatorio de algún tonto desliz una cálida tarde de algún mes de verano del año anterior. Llego así. Sin avisar, sin que nadie lo esperara y ni mucho menos lo deseara.

   —Pensaba que eran gases —le oí decir en una ocasión a la tía María.

   Saltaba la vista que su educación había sido más laxa y apocada que la de sus dos hermanos. El niño hacia lo que le venía en gana, entraba y salía, no permanecía quieto, no tenía horas para comer, para dormir, ni para entrar ni para salir, siempre aparecía cuando no se le requería y cuando lo llamaban nunca acudía.    

   —¡Ven! Niño bullanguero. ¿Dónde vas? Culillo de mal asiento, burlón y jaranero, hijo del demonio. ¡Ven! Alocado. ¿A quién has salido tú? Calavera. Que te come el azogue. Remolino y tormento. ¡Ven! Y quédate mudo de una vez. ¡Párate! ¡Quieto! Detente un rato. Dame una tregua y descanso, ciclón y torbellino —gritaba la madre en otra ocasión, una tarde harta de su vehemencia, y sabedora de que había perdido todo control sobre la criatura.

Físicamente, no tenía nada que ver con ningún otro miembro de la familia. Parecía como si los despojos genéticos que no quisieron los hermanos, los heredara el pequeño. Carecía el desgraciado de todos los buenos atributos de los padres,  de la gracia de la madre y del ingenio del padre. Andrés era un niño delgado, casi enquencle, todos pensábamos que con lo que se movía, no podría dar asiento a la comida, de pelo más rubio, quebrado hasta parecer algo greñoso. Andrés, aunque de piel mas clara y fina que los hermanos, siempre se la recuerdo roja, y quemada por el sol. En algunas zonas de su cuello y hombros que quedaban más expuestas aparecían heridas abiertas y llagas...


martes, 14 de julio de 2015

La tia Maria: "Melocotones para mi sobrino"


... La tía María tomaba una gran tajada de la fruta, tan grande como su redonda cara. Eso sí, esperaba primero a que cada uno tuviera su ración, luego dábale tal mordida que atiborraba sus carrillos de la pulpa rosácea. En tal menester se le oía respirar por su nariz. 





   Como no podía tragar, el jugo terminaba deslizándose por su cara, hasta su barbilla, alguna pepita siempre se le quedaba pegada en los redondeados y sonrosados mofletes, lo cual atraía aun con más frenesí a las moscas. Gota a gota el zumo se le derramaba también entre los dedos de las manos, bajaba por los antebrazos, hasta llegar a los codos. La vertiente que procedía de la barbilla se precipitaba en su pecho, y se encauzaba a través del canalillo de su escote hasta su ombligo. Cuando rebosaba este, el torrente se dejaba caer con más fuerza, hasta desaparecer bajo la entrepierna. La segunda vertiente que procedía de sus antebrazos y codos terminaba por manchar su vestido estampado de tela de la que se vende por metros. Limpiabase la cara luego con el mismo brazo empapado de sudor,  que se mezclaba con el dulce néctar, al tiempo que espantaba las moscas, para luego limpiar sus manos y cara con las faldas del vestido a modo de servilleta. Volvía a dar otra mordida a la fruta, y luego otra más. Pero al morder de nuevo con la boca llena, no hacía sino derramarse cada vez más babas junto con el zumo sobre el plato, el mantel, y de nuevo sobre su vestido; caiale también los goterones del jugo por los orificios de la nariz. Con tal ajetreo las moscas no paraban de acudir, cada vez aparecían más y más, las había negras, azuladas, de las cojoneras, que no sé si es otra clase de moscas pero así era como las nombraba el tío Hilario...

domingo, 7 de junio de 2015

adolescencia: "Melocotones para mi sobrino".





... Me parecía que todo pasaba delante de mi muy rápido. Todos los acontecimientos en mi vida se encadenaban de forma tan apresurada que escapaban a mi control. Se sucedían unos a otros con apenas una sutil diferencia de segundos en el tiempo; y sin poder mirar atrás, porque otro hecho vital empezaba a acontecer en una espiral sin fin que me llevaban a un destino incierto y solitario. Por aquel entonces y hasta ese momento, yo, aún no había tomado ninguna decisión importante que afectara a mi vida, tan solo escuchaba hablar a los mayores sobre mi futuro, o sobre mis recompensas y mis castigos, sin apenas contar con mi opinión. Sin preguntarme siquiera: si me gustaba más esto o aquello. Sin importar que pudiera escuchar sus conversaciones y en ocasiones hasta discusiones que enfrentaban posiciones para tratar de forjarme no sé qué porvenir, en una dirección u otra, a mis espaldas.

   Pertenecía a una generación, que estaba marcada por una maquiavélica educación, más memorística que comprensiva, más opresora que democrática, más fiscalizadora que conciliadora, más centrada en la disciplina, la religión y la rectitud en las formas que en el crecimiento personal. Todo parecía dirigido a hacernos hombres de «provecho» el día de mañana, con las expectativas puestas en la patria, o en la familia, sin importar el camino que había que recorrer, sin importar lo más mínimo el paso por la adolescencia, que no era para ellos más que una enfermedad hormonal que te llenaba la cara de granos y te cambiaba la voz.

el padrastro: "Melocotones para mi sobrino"

                                                  



... Alejado impunemente del calor de mi hogar. Desterrado por el novio de mi madre, cruel acompañante que simplemente me veía como un estorbo del que habría de desprenderse. Yo pensaba: ¡Te maldigo! ¡Sí! A ti. ¡Ruin! ¡Aprovechado! Que compartes lecho con mi madre. ¡Usurpador! ¡Ladrón! Que me has destronado del cetro familiar. A ti. ¡Zafio! Que me has apartado del abrazo materno. Que me has echado de mi casa para ocupar tú mi lugar. Que me has desposeído del más preciado tesoro. ¡Sí! A ti. Que traicionas a mi nombre y al de mi padre. ¡Sí! A ti. Que no tienes donde caerte muerto y vienes a engancharte como un parásito infecto a la teta de mi madre.

   Estos pensamientos me iban corroyendo desde mi interior, notaba como bajaban desde mi cabeza, me oprimían la garganta y luego el pecho, para luego descender como fuego a mi estómago. No podía hacer nada. No podía enfrentarme a ellos. No tenía delante de mí a nadie para descargar mi rabia. Y lo que era peor aún, tampoco tenía a nadie que me pudiera proteger. Empezaba a tener dificultades para respirar, estiraba mi cuello, estaba inquieto, nervioso, me dolían todas las articulaciones. Intentaba incorporarme pero sentía vértigo. Todo se movía a mí alrededor, la habitación tenía proporciones irregulares, imposibles, el suelo era inalcanzable, profundo, inestable, eso hacía que se moviera la cama como si estuviera navegando en una mar embravecida. 

miércoles, 20 de mayo de 2015

Amistad. Extraido de la novela "Melocotones para mi sobrino"





... Los dos jugábamos gozosos y reíamos. Aquellas tardes junto a Fran recuerdo que me colmaban de felicidad, y me hacían olvidar los motivos que me llevaron hasta él. Quería estar bien despierto y agudizaba todos los sentidos para saborear toda la dicha que me ofrecía el verano. También en lo más profundo de mi, temía que todo aquello se desvaneciera pronto cuando simplemente las vacaciones llegaran a su fin, y que volviera la desventura y la melancolía a mi joven vida para velar los días que me quedaran por vivir. Por el contrario, quería luchar contra mi fatalidad y me aferraba a la compañía de Fran, llegando incluso a olvidarme de su lado más exasperante con el propósito de afianzar más si cabe nuestra amistad...

jueves, 14 de mayo de 2015

partida de ajedrez: "Melocotones para mi sobrino"






   —Empiezan moviendo las blancas. Peón a 1.e4. Esta anotación es la algebraica. Es la más moderna y aceptada actualmente. Adelanta tu peón a la casilla e4.       

   Eva tomo su peón de rey y lo adelantó dos casillas.    

   —¡Correcto! Así es. Aprendes rápido.   

   —¡Que va! Soy muy torpe, pero te agradezco tu ánimo, eres buen profesor.

   —No seas exagerada. Tan solo lo intento.

   Después de un momento de silencio añadió:    

   —Entonces. ¿Tu héroe terminó con problemas mentales?     

   —Sabes de sobra que no es mi héroe. Solo que es reconocido como uno de los mejores jugadores de ajedrez de todos los tiempos. Y sí... Terminó enfermando de locura. Pero la enajenación no tiene nada que ver con este juego. Lo importante es que puedes aprender de su estrategia si consigues estudiar sus movimientos.   

   —¡Si! ¡Si! Seguro. Tú lo que quieres es que acabe majareta yo también.    

   —No digas tonterías. Como voy a querer eso —aparté la mirada directa de sus ojos,  ahora creo que el que se había ruborizado era yo—. A ver me toca a mí, muevo 1…d5.    

   —¿Y ahora que se supone que debo hacer yo? —añadió.

   Creo que Eva se empezaba a interesar de verdad por este juego.     

   —Espera no seas impaciente, yo te voy diciendo. Ahora blancas mueven 2.PxP. Tienes que capturar el peón —le dije mirándole a los ojos—. Los peones se mueven hacia delante pero capturan cambiando de columna.   

   —Ah, me gusta, así me como tu peón. 

   —Ahora yo, me toca mover 2…Cf6, saco el caballo de la octava fila, y amenazo el tuyo. 

   —Si el caballito salta en forma de «L» —repuso ella de forma graciosa. 

   —Ahora mueves tú —le dije sin apartarle la mirada—. Avanzas un nuevo peón a 3.d4. ¡A mira! —exclamé, admirado por el genial movimiento de Morphy—. Las blancas pasan de defender el peón solitario.  

  —¡Que lastima! El pobre está destinado a morir.        

  Al mover las piezas, notaba como mi prima se balanceaba sutilmente sobre el tablero. Llevaba puesto un vestido blanco con unas florecitas rojas y hojas estampadas entre color verde y ocre que graciosamente se entrelazaban con aquellas. Todo abotonado por delante, menos unos ojales sueltos en el pecho que dejaban entrever la parte superior de su bikini.    

   —Me toca. Muevo 3…CxP, con mi caballo —el más pequeño que era de plástico—, capturo tu peón. ¿Sabes? Tu padre me ha dicho que me va a hacer uno de madera, que me quedara igual que los otros, hasta el punto de que ni siquiera notaré la diferencia.   

   —¡Mmm! Pues eso no se lo suele decir a mucha gente, creo que tiene esperanzas puestas en ti.   

   —¿Esperanzas? No quiero que nadie tenga expectativas sobre mí… que luego yo no pueda cumplir, y por ello tenga que quedar como un deudor.

   —No seas así. Tan solo es un detalle. Y con que se lo agradezcas bastara.

   —Bueno, en todo caso si quedara igual que los otros, valdría la pena el trabajo.     

   Ella me miraba atañida, mientras hundía la falda de su vestido entre sus piernas, balanceándolas de un lado para otro. 

   —Ahora te toca a ti. Mueve 4.c4, —le dije con voz nerviosa, que sin duda captó, soltándose un botón más de su vestido, ella avanzó el peón de alfil, provocando a mi caballo—. Yo retrocedo —trémulo—, mi caballo a 4...f6.       

Continué diciendo:

   —Te toca mover a 5.Cc3.

   —Salta caballo mío.

   Mi contrincante ahora decidida avanza su caballo abriendo su flanco de dama, que aprovecho para poner en juego mi incisivo alfil.

   —Entonces yo muevo a 5…f5, penetrando en su defensa ya abierta… Ahora como bien pensó Morphy, tienes que hacer que tu segundo caballo entre en juego en 6.Cf3

   —Así que con mi otro caballo salto por encima de las demás piezas blancas.

   —Ahora como me interesa abrir la diagonal de mi alfil en cuadros negros  muevo de forma agresiva 6…e6. Decidido a ir a por todas… ¡Te toca! Ahora debes mover tu alfil en cuadros negros a 7.e3. Para defender el débil peón en d4. ¡Ah! ¡Groso error! Me abres todas tus defensas y me dejas la iniciativa… ¿O es una provocación?

   Hago un torpe movimiento tirando una pieza al suelo, me repongo rápidamente y continúo diciendo:
   —Aprovecho la oportunidad y ataco presto con mi alfil que hasta ahora no había entrado en juego a 7…b4. Dejando paralizada tus defensas y cortando tu salida... Ahora en una acción desesperada contraatacas de forma firme con la Dama en 8.Db3. Amenazando mi alfil, o por el contrario, provocadoramente me ofreces tu caballo. Yo accedo gustosamente despojando tu retaguardia, con 8…AxC. Jaque al rey. Ahora estas a merced de mi ataque...

la ventana abierta: "Melocotones para mi sobrino"







   Podía escuchar como latía mi corazón en mi pecho aplastado contra el alfeizar de la ventana. Desde el encuadre que me dejaba ver esta, pude reconocer la habitación, la cama y frente a ella la cómoda, y sobre ella el Sagrado Corazón que en esta ocasión estaba girado de cara a la pared. No tardó en aparecer mi tía con el mismo camisón corto de otras veces, sus pechos derramados le salían por la sisa. Los dos pezones negros, asomaban juguetones y los pliegues de su cintura se dejaban caer bajo el camisón. Su piel íntima era rolliza y anaranjada. Sus muslos eran de piel arrugada, sobre ellos plegabanse sus carnes como la panceta, aquellos cilindros sebosos concluían en unas varicosas rodillas redondeadas, sin que se notara nada de hueso.
   Empezó a sonar una música de cámara barroca, para cinco instrumentos de cuerda: dos violines, una viola, un violonchelo y un contrabajo. Escrita en Mi menor. Frente a María apareció mi tío, moviendo las manos como dirigiendo el quinteto. Llevaba una camiseta de tirantes, blanca y calada, muy ajustada, dejabanse ver unos pelos grises y gruesos entre su escote, sus pechos flácidos miraban al suelo, y bajo su camiseta se asomaba su barriga redonda y peluda. Desabrochó sus pantalones cortos, al primer movimiento a ritmo de allegro, tiraba de la correa, ella le ayudaba a despojarse de la ropa, cuando soltó la hebilla de su cinto, sus pantalones cayeron al suelo y quedaron doblados como un fuelle entre sus pies. En ese preciso momento el violonchelo irrumpió en un glorioso acompañamiento a los violines. Mi tía María sentada en la cama, hundía su cabeza bajo el grasiento vientre de su pareja, y rodeaba su cuerpo con sus brazos gruesos de carnes descolgadas. Él, acariciaba su pelo con las manos, deshizo su peinado, apretaba a su compañera contra su cuerpo mientras miraba al techo de la habitación. De una cercera patada se libró del pantalón.
   Al tiempo que empezaba el segundo movimiento a ritmo de adaggio, dejó escapar de su boca un suave quejido, al momento que mi tía tenía sus manos enterradas entre sus muslos. Cuando esta se recostó en la cama, sonaron muelles oxidados, huesos y carne agitada. Quedó, tumbada boca arriba como esperando al compañero. Hilario Crespo, abrió las piernas de ella. Esta colocó sus manos entre sus muslos varicosos, y volvió a cerrar las piernas, mi tío se las volvió a abrir, rozando su piel con  delicada suavidad. Ella, mirando a la puerta y a todos lados las volvió a cerrar, su mirada vigilante escudriño todos los rincones de aquella habitación, también el rastreo minucioso incluyó la ventada donde nos encontrábamos Fran y yo. Quedamos paralizados.
   Ellos siguieron jugando. El tío Hilario que aun vestía la camiseta, volvió por tercera vez abrir los muslos de ella, esta vez con más decisión. Dejose caer torpemente sobre el cuerpo de su compañera, la cara de la tía María enrojeció y volvieron a sonar muelles oxidados, huesos y carne agitada. Mi tío bajaba la cabeza a la altura de la de ella, al tiempo que elevaba su trasero, blancuzco como la leche, y peludo. Lo movía con cierta gracia al compás de la música. Empezó a sudar profusamente, la compañera le desprendió la camiseta en un movimiento coordinado de las manos de ella y los brazos de él, hasta que la arrojo hecha una bola al aire desapareciendo desde mi perspectiva por un punto de la habitación sin determinar.
   Los instrumentos de cuerda empezaron a sonar en el tercer movimiento al ritmo de presto. La piel de Hilario brillaba, el sudor se derramaba gota a gota entre el bello de su espalda. Ella no se movía, mordía su labio inferior, luego su grisácea y desordenada melena se desdibujó entre la almohada, hundió sus uñas en la espalda del compañero atrayendo para sí el peso de aquel genio de la música. Ella apartaba la mirada y resoplaba, mordía la almohada. Las grandes manos agrietadas de Hilario, ahora acariciaban sus senos, aunque de forma no tan delicada como cuando trasteaba su laúd. Sumergía sus dedos en las blancas carnes. Jugaba con sus dos aceitunas, que ahora me parecían más grandes, más oscuras y más duras. Las apretaba fuertemente, esto provocaba en mi tía un alarido de placer que competía en sonoridad con la misma música de fondo. Me sentía confuso, empecé a pensar que también yo habría mamado de esos mismos pechos, los mismos que ahora estaban babeados por mi tío Hilario. El, empezaba a jadear, al principio, pausadamente, luego con más ritmo, acompañando a los violines barrocos, que ahora sonaban en solitario sin la compañía de la viola, el violonchelo ni el contrabajo.
   Mi tía seguía sin moverse, solo sus carnes que rebotaban, acompasadamente con la melodía respondían así a las acometidas de mi tío, que al momento se paraba, y paraban también de sonar los violines. Tomaba aire, y volvía al juego, y sonaban violines, y otra vez se paraba, y parabanse los violines, para  volver con más fuerza, volviendo otra vez a sonar los violines perfectamente sincronizados con los vaivenes del maestro, enérgico, fulgente, ahora al ritmo de presto passionato. En pleno ardor, irrumpió también, el contrabajo, en una fusión sublime de sonidos que acariciaban la atmosfera ya cargada de aquella habitación, a la que también se unían la viola y el violonchelo. Aumentó el brío de las notas hasta que Hilario, en un último esfuerzo quedó tendido, exhausto, sobre el cuerpo femenino, al tiempo que dejaron de sonar los violines, luciéndose ahora el violonchelo y el contrabajo, y volvieron a sonar violines y hasta la viola. Hasta que de un movimiento hábil de brazos de María, se quitó al compañero de encima quedando tumbados cada uno a un lado de la cama, y se volvieron a escuchar muelles oxidados, huesos y carne agitada, y pararon de sonar instrumentos de cuerda. Hasta que en un último compás la viola, los violines, el violonchelo y el contrabajo preparaban el final de aquella batalla que había dejado la cama desecha, y las sabanas empapadas en sudor. No tardaron tampoco en escucharse además los ronquidos de Hilario...

sábado, 4 de abril de 2015

En el rio






"... En una ocasión Fran atrapó una ranita, era de color verde intenso. Él, con su puño cerrado formaba una prisión para la criatura. Acariciaba su cabecita también de color verde. El arco que tenía sobre sus grandes ojos era sin embargo de color dorado. Decidí acariciarla yo también. Su piel era suave y al mismo tiempo fría. Sus ojos eran grises y sus pupilas jaspeadas y brillantes. Yo, deseaba tenerla entre mis manos pero, la ranita, temerosa, dejose ir dando un gran salto. Al principio aterrizó en la orilla del río, bebido al fuerte impulso que llevaba dio una graciosa voltereta girando sobre sí misma, enharinando su piel en la arena,  luego, una vez repuesta y ya libre, limpió sus vivos ojos con sus deditos de ventosa, se oyó croar una vez. Fran intentó cogerla de nuevo. La ranita, de un brinco se alejó dejando dibujada, en esta segunda ocasión, una acrobacia en el aire, encontró el río, enturbió algo el agua con su traje de barro, y desapareció en el fondo dejando tras de sí un rastro de pequeñas ondas. Fran se enfadó conmigo". 

 

jueves, 5 de marzo de 2015

El tiempo






                           


El tiempo como dimensión, ya sea eterno o infinito, es una invención de la humanidad para organizar la vida, o mejor dicho para controlarla. Es un invento, como lo puede ser la máquina de vapor, el aeroplano, el teléfono,  la radio, o el microondas. Ya esté al servicio del  Pueblo, o al servicio del Estado. Y así es, aunque nos parezca intangible, o alberguemos seria dudas sobre si es un invento real o no. Al menos en nuestras manos, es una herramienta más,  y podemos ser capaces de influir en su medición, haya fundamento o no en tal empeño.

Una cosa esta clara, el tiempo no transcurre igual para un niño que para un adulto, esto incluso es más obvio y observable aun para un anciano. El tiempo tiene una cualidad importante: se alarga, se dilata, se estira, y se acorta, se dobla, se ensancha, o se estrecha como si fuera dúctil, o maleable. Puede discurrir rápido, ipso facto como un centello, o por contra avanzar lento, muy lento, tan lento que a veces parezca estar detenido.

¿Pero…? ¿Qué fuerza lo controla? Como dimensión que es, debe estar ahí desde el principio de los tiempos junto con el espacio, o incluso antes que este, o cuando menos paralela a este. El mismo concepto de dimensión hace que tanto espacio como tiempo se relacionen en la misma disquisición, o se fundan en el concepto mismo. Sea la que fuere la fuerza que lo controla, esta, no es tan ajena a nuestra voluntad como en un principio pueda parecer. O si no, veamos cómo nos afecta su influencia a lo largo del desarrollo vital.

El tiempo, para un niño, discurre de forma lenta, a veces demasiado lenta, sobre todo cuando la actividad es no deseada, o es impuesta. En estos casos el tiempo prácticamente se para, no avanza, hasta hacer interminable la actividad que el niño tiene encomendada,  más si cabe, como digo, si esta no es de su agrado. El niño entonces trata de escapar al control impuesto, trata de liberarse, con mayor o menor fortuna, y para eso, el juego es la mayor de las liberaciones. Ahora, en el juego, es él, el protagonista, puede cambiar de rol, a su antojo. El niño es libre para hacer y para deshacer, construye su mundo, siempre fantasioso, descubriendo y explorando, fundando reglas. Por un momento, es dueño de sí, pero también es dueño del tiempo, porque el tiempo se detiene ante él, e incluso, lo puede acelerar, hacia delante y hacia tras si lo desea: puede jugar a indios y a vaqueros, trasladándose así al lejano oeste unos siglos atrás;

 puede ser un guerrero del futuro que lucha en una galaxia lejana para salvar al Planeta de una invasión; o puede jugar a ser un hombre de la edad de piedra, muchos miles de años atrás, desplazándose por su medio como un mono arqueando el cuerpo y apoyando las manos por el suelo. Este, quizás sea el único momento en que el niño es dueño y director de sus fantasías, luego todo termina cuando un adulto le regala un reloj de pulsera, que coloca en su muñeca, y él agradecido, contento, no es consciente aún de que a partir de ese momento va a ser controlado. Malditos relojes. Pero esto se piensa años más tarde, porque el tiempo te enseña. Otra cualidad de tiempo: además de ser flexible, es docente.

Para un adulto, sin embargo, los días transcurren más rápido, esto se hace evidente si se mira hacia atrás,  en lo que se hacia y en lo que se hace, en lo que duraba el día, y en lo que dura ahora. Los días ahora transitan veloces, a veces con una velocidad de vértigo se suceden unos a otros, semanas a semanas, mes a mes, incluso las estaciones se suceden con una rapidez hasta entonces desconocida, sin apenas haberlas saboreado, las hojas del calendario, se suceden, se desprenden y vuelan delante de nosotros. ¿Pero donde radica el secreto de esta aparente aceleración del tiempo a lo largo de la vida?. ¿Esto cambios se producen dentro de nosotros mismos?. ¿O son ajenos a nosotros? Entonces miramos arriba, al firmamento, para buscar una posible respuesta, al Sol, que lo hemos erigido según su posición en el cielo, como medida del tiempo. Pero es el mismo Sol el que día tras día parece que se afana en cruzar más rápido el horizonte. ¿Pero si el Sol es el mismo para un adulto que para un niño? ¿Porque no es el día igual para todos? La diferencia esta en la misma percepción del tiempo. El niño mira siempre hacia adelante, sin embargo el adulto mira hacia atrás. El tiempo ahora parece que nos domina, vemos como se acumulan nuestras tareas, si bien unas son elegidas libremente por nosotros, otras sin embargo son impuestas desde fuera. Vemos a nuestro pesar como se solapan unas con otras. El tiempo en ese momento de nuestras vidas va más rápido de lo que quisiéramos, se desboca. De adultos nos falta tiempo casi para todo, como nos puede faltar el aire para respirar. “El tiempo vuela”, dicen algunos. Otro atributo del tiempo: ahora, además de ser flexible, y docente, también puede volar; como un pájaro, como un águila, libre. Envuelve nuestra existencia, puede controlar todas nuestras acciones, las alarga si son desagradables y las acorta si son placenteras. Va en nuestra contra, o al menos no espera, creo que no es un aliado nuestro. Lo que ha pasado es irrepetible, “el tiempo se nos escapa”. Otro dicho popular, se nos escapa de las manos como si fuera un truco de un ilusionista: además de doblarse, de ser docente, de poder volar, es mago. No lo podemos encerrar, no lo podemos capturar. Claro, no es cautivo del adulto, tan solo lo es del niño. Ahora es ajeno a nuestro control, a nuestra voluntad.

Para un viejo, el tiempo simplemente ya no importa, o importa menos, como muchas otras cosas que a lo largo de la vida van perdiendo su valor, ahora nos damos cuenta de que lo mas preciado es la vida misma. El tiempo ahora no importa, se confunde entre la noche, el amanecer, o el ocaso del día, da igual la hora que marque el reloj. Es incontrolable. ¿Para qué obsesionarnos en su gobierno? Ya nos ha vencido. Tomamos conciencia de que hemos vivido esclavizados por el tiempo, creíamos que lo controlábamos, que lo podíamos medir, y llevarlo con nosotros a todas partes, incluso a la cama y despertarnos con él cada día, excepto los domingos. Que ingenuos, cuando en realidad era el tiempo el que nos controlaba, hasta el punto de someternos a una puntualidad antinatural, porque el tiempo no nos espera, inclusive los domingos, porque no nos podemos liberar de él. Otra propiedad del tiempo: se dobla, es docente, vuela, es mago, pero además no espera. En la vejez esto dará vértigo, esto lo imagino, aun no lo sé, pero lo sospecho, simplemente tan solo de pararse a pensar sobre la velocidad a la que puede discurrir debe de marear. Para un viejo que lo observa, desde su sitial, simplemente lo ve pasar casi ya ajeno a él, le obliga a mirar hacia atrás, porque hacia delante ya no cabe sino la espera, la espera de las peores de las contemplaciones posibles; la propia derrota. Para entonces el tiempo ya no se detiene ante él, pasa de largo. El viejo al verlo pasar delante, sin interrumpir su marcha simplemente pensara, mirando atrás, que el tiempo es sabio. Y no le faltara razón, porque indudablemente con la edad el tiempo va ganando en sapiencia. He aquí otro nuevo atributo del tiempo: además de doblarse, de ser docente, de volar, de ser mago y no esperar, es sabio. Si porque empieza lento, indeciso, como titubeante, para luego ir ganando en sabiduría con el tiempo, decidido, raudo, siempre en la misma dirección, hasta el final. ¿El final de qué? No, el tiempo no tiene final, como tampoco tiene principio, aunque ya no estemos, el tiempo seguirá existiendo, es indestructible. Otra nueva cualidad del tiempo: además de doblarse, de ser docente, de volar, de ilusionar, de no esperar, de ser sabio, es indestructible. Piénselo si no: segundo a segundo, minuto a minuto, no solo es imposible de manejar, o sea, no nos permite retroceder, sino que tampoco nos permite segundas oportunidades, porque tan solo deja atrás una tenue huella, en el recuerdo, y si te paras a contemplar, el mismo tiempo te aplasta, lo sientes como pasa pero no lo vives. Si te paras, es como si te detuvieras en medio de una tormenta de nieve, simplemente cuando inicias de nuevo la marcha, dejas una nueva huella, esta vez, aún más profunda que la anterior, y cada paso que das cuesta más esfuerzo que el anterior. Pues, si miras atrás te mata. Y si miras hacia delante no lo saboreas, y si no haces nada lo pierdes. Otra importante propiedad del tiempo: se dobla, es docente, puede volar, es mago y no espera, es sabio, indestructible, pero además se puede perder.

Igual el tiempo, incluso hasta puede ser más veloz que un rayo, que la misma luz, no lo sé, pero es más poderoso eso sí. Porque la luz se puede apagar pero el tiempo no. Como vemos en la Creación del Universo: Dios creo la luz el primer día sí. Pero incluso antes, en el principio, ya debía de existir el tiempo, pues en la misma Creación se habla del principio. El tiempo pues, pasa ante todo, lo aplasta todo, aunque no haya nada, aunque no haya luz, habrá tiempo. Otra cualidad del tiempo: es dúctil, es docente, puede volar, es mago, no espera, es sabio, es indestructible, se pierde, pero además, es el principio y el fin.

Lo mejor es no pararse a pensar en estas cuestiones. Lo más inteligente es seguir caminando, y saborear cada aliento que te ofrece el camino, o sea, el espacio; una dimensión amiga y conocida. Caminar y seguir viviendo, sin detenerse a pensar en el tiempo, porque si te paras; te suicida, te come, te devora. Aquí otra nueva y última cualidad del tiempo: además de poder doblarse, de enseñar, de volar, de hacer magia, de no esperar, de ser sabio, e indestructible, y de ser él mismo el principio y el fin, es insaciable.

¿Pero cómo de insaciable es, y que nos enseña el tiempo? Simplemente te enseña a que hemos estado obsesionados en su medición y control; aún sin ser medible, -lo es tan solo en los parámetros conocidos-, y mucho menos controlable o gobernable. Y que finalmente nos vencerá, pero ya de viejos. O eso espero.


 

domingo, 22 de febrero de 2015

Los niños





Así es como viven los niños la separación de los adultos:

   —Tengo que contarte dos noticias: Una buena y otra mala;
La buena, es que se ha ido de casa el novio de mi madre.
La mala, es que se ha llevado a los perritos con él.

Esto se lo contaba una niña de 8 años a su amiga una mañana                                   camino al colegio.


jueves, 5 de febrero de 2015

Entre el perro y el gato









 
 

El gato, es un investigador, alcanza mejor todos los rincones de la casa. Es sigiloso, no hace ruido, sus pies son almohadillas silenciosas, como si anduviera por la casa con unas nórdicas. Llega a sitios donde el perro ni podría imaginar. El gato da saltos que al canido tan solo de pensarlo se le romperían los ligamentos de sus articulaciones.

El perro, por contra, es más familiar, busca más el contacto con cada miembro de la casa, necesita de la compañía, es más sobón, más sociable, aunque de movimientos más torpes, anda por la casa tirándolo todo con el rabo, hace ruido con sus uñas al pisar, como si calzara botas con crampones, no pueden adaptarse a caminar por el suelo pulido de la casa.

En el jardín, sin embargo, el perro cobra ventaja sobre el gato, anda más juguetón, más alegre, se adapta mejor al terreno abierto. El gato, más cauteloso, fuera de la casa achica su cuerpo, se pega al suelo, no se fía, no se relaja, mira arriba, y a los lados, defensivo, busca refugio en alguna planta donde pueda esconderse, o en un árbol donde pueda trepar.

Hay momentos inevitables en que los dos animales se enfrentar. El perro desconfía. El gato, va a lo suyo. El perro piensa: No me fio de este espabilado, el gato piensa: Pues yo no me fío de este grandote torpe, baboso, y sucio, que hace caca en cualquier sitio.

El gatito, sabe que no debe confiar en el perro, se muestra ante él todo lo grande que su cuerpo puede aparentar, se bufa, arquea su espalda flexible, saca sus uñas, tan chiquitito, enseña sus dientes, se destacan sus colmillos, blancos, pequeños aún, pero afilados como agujas, que contrastan con su lengua roja. El perro retrocede, se asusta, piensa: Aunque sea mas pequeño que yo, no debo fiarme de ningún miembro de la especie gatuna, cede su espacio. Es vencido por el gatito en cualquiera de los encuentros, el mismo perro que no dudaría en ningún momento enfrentarse a un rottweiler, a un pastor alemán, e incluso a un mastín que cuadruplicara su peso y tamaño, sin embargo, retrocede ante un débil maullido de gatito, retrocede ante sus uñas, el perro piensa: Debo mantenerme alejado de este animalejo o me traerá problemas. Esto lo sabe el perro, aunque no hubiera visto nunca a un gato, lo sabe, porque lo lleva escrito en su herencia genética, almacenado en alguna parte de su cerebro arcaico. El perro sabe bien que debe de evitar encuentros con felinos.

Finalmente los dos aprenden a evitar el enfrentamiento. Si en algún momento, llegan a cruzarse de forma azarosa en el camino del otro, simplemente, se observan, mantienen un cierta distancia, la del gato más amplia, la distancia que requiere el perro sin embargo es más corta, necesita arrimar su húmeda trufa para olisquear, este comportamiento tan grosero, molesta al gato. Mejor no tener problemas, piensan los dos. Sin apartar la mirada el uno del otro, así, cada uno sigue su camino.

Algunas veces el gato se come la comida del perro, y el perro se bebe el agua del gato. El gato piensa: No me ves, pero que sepas que estoy aquí, que puedo comerme tu comida. El otro piensa: Yo estaba aquí primero y puedo beber el agua que hay en mi territorio.
No se entienden, nunca se han entendido, y por muchos siglos que pasen no se entenderán.

La curiosidad del gato le lleva a levantar su mano para intentar
divertirse con el perro, porque en un principio no lleva malas intenciones, quiere jugar, pero eso si, este mismo gesto de levantar la patita, puede ser utilizado por el gato: o bien, como dije en un principio, para jugar con sus amigos; o bien, para arañar, y dejar un recuerdo grabado a cualquiera que se le ponga por delante, porque puede usar sus uñas retractiles a su antojo, puede desplegar sus armas en milésimas de segundo y acabar con sus presas de un certero zarpazo. El perro, pues, de forma cauta, esta actitud del gato, la toma como una amenaza, no la entiende, le desconcierta. Frente al gato, hace gestos de acercamiento y de retirada, titubea, no sabe si es juego o pelea lo que le ofrece el gato. Y en verdad, la diferencia es muy sutil, y al fin y al cabo las intenciones, sean buenas o malas, solo las conoce el gato.

La sociabilidad del perro le lleva a olisquear hasta el mismo trasero del gato, este, se revuelve, arisco, se engrifa. No hay lugar a un posible entendimiento.

Creo que la mejor manera para una convivencia sin problemas, es que se soporten el uno al otro, sin llegar a la provocación. Como dos viejos mal avenidos, que se conocen bien, y aun sin soportarse el uno al otro, cada uno de ellos se mantiene en su sitio,
defendiendo su espacio, sin incomodar al otro. Cada uno sabe lo que tiene que hacer para no molestar en exceso al compañero, para no romper el vínculo que les une, porque los dos saben a ciencia cierta que se necesitan el uno al otro.

Y es que andar siempre de pelea en pelea cansa, estar en guardia agota. La convivencia pacífica, la tregua, conlleva menos desgaste, y esto, lo sabe bien tanto el perro como el gato.

 


martes, 3 de febrero de 2015

La mirada

 




Pero no me miraba ella
como me miraban las demás.
Entonces supe que era yo,
él que la miraba a ella
de forma diferente.

domingo, 1 de febrero de 2015

Amanecer a su lado

 
 



Disfrutaba de aquel amanecer,
mientras admiraba su rostro relajado,
sobre mi almohada.
Una tenue sonrisa,
se dibujaba en la comisura de sus labios,
como atisbo de un bello sueño,
quizás por mi compartido.
 
 

viernes, 30 de enero de 2015

Hoy, no es un día más




                         

                                            Hoy, no es un día más.

                                            Amanece nublado,

                                            hasta el tiempo se ha compadecido,

                                            y hace frío. 

                                            Parece una mañana

                                            de invierno cualquiera.

                                            Pero hoy, el día es gris,

                                            ya no estas,

                                            y tampoco sé si volverás.

                                            Siento legado un poso,

                                            de ti, dentro de mí.

 

 

                                          Como los copos de nieve,

                                          como el temporal,

                                          como el hielo,

                                          y como la escarcha,

                                          en invierno llegaste,

                                          y con el invierno te vas.


                                          Hoy, el día se ha velado,

                                          ya no estas,

                                          y tampoco sé si volverás.

                                          Hoy, llévate una traza,

                                          de mí, dentro de ti.