viernes, 30 de enero de 2015

Hoy, no es un día más




                         

                                            Hoy, no es un día más.

                                            Amanece nublado,

                                            hasta el tiempo se ha compadecido,

                                            y hace frío. 

                                            Parece una mañana

                                            de invierno cualquiera.

                                            Pero hoy, el día es gris,

                                            ya no estas,

                                            y tampoco sé si volverás.

                                            Siento legado un poso,

                                            de ti, dentro de mí.

 

 

                                          Como los copos de nieve,

                                          como el temporal,

                                          como el hielo,

                                          y como la escarcha,

                                          en invierno llegaste,

                                          y con el invierno te vas.


                                          Hoy, el día se ha velado,

                                          ya no estas,

                                          y tampoco sé si volverás.

                                          Hoy, llévate una traza,

                                          de mí, dentro de ti.

                                                            
 


jueves, 29 de enero de 2015

Su mano


                                                                                 
 
 
 
Desde el preciso momento
en que ella, me dio su mano,
supe, de forma cierta,
que las dudas que yo tenia,
se me habían disipado.
La había encontrado.
 

domingo, 25 de enero de 2015

Escapémonos a Fuerteventura

                                                  
                                                               
Morro Jable, es el puerto de destino cuando se llega en el Ferry desde Gran Canaria a Fuerteventura, es un pueblo pequeño, sin embargo en los últimos años, casi como en todos sitios costeros, se ha ido expandiendo, y por tanto se muestra un tanto desordenado, aunque bonito. El barco, atraca en su pequeño puerto, donde los grandes Ferries se alternan en la dársena con barquitos pesqueros y otras embarcaciones deportivas mayormente dedicadas a excursiones por la zona, en un enclave mágico, rodeado de playas y montañas blancas.

                                           


A la salida del pueblo, si vas en coche, puedes coger dirección a Cofete, esta, es una pequeña aldea costera situada al sur, en barlovento, en la península de Jandia, cuenta con una playa de unos 35 kms de largo, con una fina arena de color melocotón. La carretera es bacheada, no muy transitada, apenas circundada por algunas excursiones turísticas, y rutas programadas en todoterrenos, y quads. Durante el trayecto se pueden ver burros en estado semisalvaje, y cabras, muchas cabras, alejadas de sus establos, pero estas, siempre vuelven, a la tarde.

Existe otra carretera, la FV 2, en sentido norte, es la más concurrida de turistas, y guaguas, que vienen o se dirigen mayoritariamente al aeropuerto, o la capital, Puerto del Rosario. Cuando sales de Morro Jable, dejas a la derecha su imponente faro, entre dunas blancas, playas y olas. El pueblo te despide con una sorpresa; una escultura en una rotonda: “Niños mirando al cielo”, al pasar, siempre me detengo la velocidad para observarla detenidamente. La escultura representa a unos niños que viven en Morro Jable, en barro, a escala real. La escultura desconcierta a algunos, a otros incluso les da miedo; o te gusta o no te gusta, pero no deja indiferente a nadie, y eso mismo es lo que hace de la escultura una genialidad. Continúo hacia al norte por la misma carretera, y pronto una nueva sorpresa, las playas de Jandia, kilómetros de playas blancas, en sotavento, con nombres como El Matorral, Butihondo, Boca de Esquinzo, Mal Nombre, Tierra Dorada y Risco del Paso; allí hay una curiosa población de cuervos, que vienen a quitarte la comida si es preciso. Y a la izquierda montañas, muy suaves, en tonos blanquecinos, y gastadas por el paso de los siglos, por el agua de la lluvia, y por el fuerte viento, porque allí, en Fuerteventura bate todo, el mar y también el viento, todo menos el tiempo, que discurre de forma apacible. La isla se muestra desforestada, apenas unas cuantas palmeras se yerguen dispersas entre el suelo ocre, y alguna construcción cubica, aunque ni las ardillas se quieren ir de allí, y a falta de arboles, entre las rocas buscan su cobijo. Al llegar a Costa Calma, la isla se estrecha como si fuera una cintura, una cintura atractiva, femenina.
Continúo por la carretera, de doble sentido, cada pocos kilómetros tengo que interrumpir la marcha debido a la cantidad de rotondas que hay, aunque ninguna me llama la atención tanto como la de “Los niños muertos”.

A la hora de viaje, llego a la altura del aeropuerto, y pocos minutos después a la capital, Puerto del Rosario. Es la zona mas poblada de la isla. Edificaciones y edificaciones, junto al mar, todas a igual altura. Continúo conduciendo, por la FV 1, ahora en dirección a Corralejo, una población turística al norte de la isla, el paisaje de las montañas ha cambiado con respecto a lo que deje al sur, aquí aunque siguen siendo de perfil muy suave, las montañas tienen mas riqueza de tonos, aparecen ocres, sienas y verdosos. Antes de llegar a Corralejo, nos encontramos con un paisaje de dunas, el Parque Natural de Corralejo; dunas y dunas de fina arena blanca nival, a ambos lados de la carretera, hasta donde alcanza la vista, dunas blancas. El paisaje es espectacular, parece nevado. A la derecha de la marcha, se pueden contemplar playas de tonos verde aguamarinas.

No me detengo, hay construidos unos grandes hoteles entre la mismas dunas, continúo por la carretera, busco otro lugar y reinicio la ruta, creo que las construcciones de hormigón agreden el paisaje, y a las dunas.

Tomo una carretera secundaria, la FV 101, a los ocho kilómetros giro en un desvió a la derecha en dirección al pueblo de El Cotillo, cerca de Tindaya, la montaña sagrada para los aborígenes, a tan solo una media hora de Corralejo.

El Cotillo, es un pueblo pequeño, acogedor, con edificaciones de baja altura, igual que en toda la isla. Sus playas siguen siendo blancas, pero ahora interrumpidas por roca volcánica, de filos cortantes, y de color negruzco, en contraste con la palidez del color de sus playas. Aquellas, las rocas entre las playas, forman piscinas naturales para gozo de los pequeños bañistas.

A la vuelta, regreso por la FV 10, quiero detenerme para contemplar Tindaya, la montaña magina para los Majos, y pienso: ¿como alguien puede horadar, o agredir su paisaje, en pos de no sé qué intereses turísticos? ¡Barbaros somos!

Cuando estoy en mi casa, en Gran Canaria, —o incluso también en el trabajo—, hay días en que se puede ver la silueta de la isla recortada en la línea del horizonte, allá donde se junta mar y cielo. Hay un dicho que dice: “Cuando se ve Fuerteventura, al día siguiente, lluvia segura”. Es curioso, que una tierra tan desértica, anuncie la lluvia, naturalmente no siempre se cumplen estas previsiones. Yo sin embardo cuando la veo, a lo lejos, pienso: ¿Cuándo será la próxima vez que estemos juntos de nuevo?