El tiempo como dimensión, ya sea
eterno o infinito, es una invención de la humanidad para organizar la vida, o
mejor dicho para controlarla. Es un invento, como lo puede ser la máquina de
vapor, el aeroplano, el teléfono, la
radio, o el microondas. Ya esté al servicio del
Pueblo, o al servicio del Estado. Y así es, aunque nos parezca
intangible, o alberguemos seria dudas sobre si es un invento real o no. Al
menos en nuestras manos, es una herramienta más, y podemos ser capaces de influir en su
medición, haya fundamento o no en tal empeño.
Una cosa esta clara, el tiempo no
transcurre igual para un niño que para un adulto, esto incluso es más obvio y
observable aun para un anciano. El tiempo tiene una cualidad importante: se
alarga, se dilata, se estira, y se acorta, se dobla, se ensancha, o se estrecha
como si fuera dúctil, o maleable. Puede discurrir rápido, ipso facto como un
centello, o por contra avanzar lento, muy lento, tan lento que a veces parezca
estar detenido.
¿Pero…? ¿Qué fuerza lo controla?
Como dimensión que es, debe estar ahí desde el principio de los tiempos junto
con el espacio, o incluso antes que este, o cuando menos paralela a este. El
mismo concepto de dimensión hace que tanto espacio como tiempo se relacionen en
la misma disquisición, o se fundan en el concepto mismo. Sea la que fuere la
fuerza que lo controla, esta, no es tan ajena a nuestra voluntad como en un
principio pueda parecer. O si no, veamos cómo nos afecta su influencia a lo
largo del desarrollo vital.
El tiempo, para un niño, discurre
de forma lenta, a veces demasiado lenta, sobre todo cuando la actividad es no
deseada, o es impuesta. En estos casos el tiempo prácticamente se para, no
avanza, hasta hacer interminable la actividad que el niño tiene
encomendada, más si cabe, como digo, si
esta no es de su agrado. El niño entonces trata de escapar al control impuesto,
trata de liberarse, con mayor o menor fortuna, y para eso, el juego es la mayor
de las liberaciones. Ahora, en el juego, es él, el protagonista, puede cambiar
de rol, a su antojo. El niño es libre para hacer y para deshacer, construye su
mundo, siempre fantasioso, descubriendo y explorando, fundando reglas. Por un
momento, es dueño de sí, pero también es dueño del tiempo, porque el tiempo se
detiene ante él, e incluso, lo puede acelerar, hacia delante y hacia tras si lo
desea: puede jugar a indios y a vaqueros, trasladándose así al lejano oeste
unos siglos atrás;
puede ser un guerrero del futuro que lucha en
una galaxia lejana para salvar al Planeta de una invasión; o puede jugar a ser un
hombre de la edad de piedra, muchos miles de años atrás, desplazándose por su
medio como un mono arqueando el cuerpo y apoyando las manos por el suelo. Este,
quizás sea el único momento en que el niño es dueño y director de sus
fantasías, luego todo termina cuando un adulto le regala un reloj de pulsera,
que coloca en su muñeca, y él agradecido, contento, no es consciente aún de que
a partir de ese momento va a ser controlado. Malditos relojes. Pero esto se
piensa años más tarde, porque el tiempo te enseña. Otra cualidad de tiempo:
además de ser flexible, es docente.
Para un adulto, sin embargo, los
días transcurren más rápido, esto se hace evidente si se mira hacia atrás, en lo que se hacia y en lo que se hace, en lo
que duraba el día, y en lo que dura ahora. Los días ahora transitan veloces, a
veces con una velocidad de vértigo se suceden unos a otros, semanas a semanas,
mes a mes, incluso las estaciones se suceden con una rapidez hasta entonces
desconocida, sin apenas haberlas saboreado, las hojas del calendario, se
suceden, se desprenden y vuelan delante de nosotros. ¿Pero donde radica el
secreto de esta aparente aceleración del tiempo a lo largo de la vida?. ¿Esto
cambios se producen dentro de nosotros mismos?. ¿O son ajenos a nosotros?
Entonces miramos arriba, al firmamento, para buscar una posible respuesta, al
Sol, que lo hemos erigido según su posición en el cielo, como medida del
tiempo. Pero es el mismo Sol el que día tras día parece que se afana en cruzar más
rápido el horizonte. ¿Pero si el Sol es el mismo para un adulto que para un
niño? ¿Porque no es el día igual para todos? La diferencia esta en la misma
percepción del tiempo. El niño mira siempre hacia adelante, sin embargo el
adulto mira hacia atrás. El tiempo ahora parece que nos domina, vemos como se
acumulan nuestras tareas, si bien unas son elegidas libremente por nosotros,
otras sin embargo son impuestas desde fuera. Vemos a nuestro pesar como se
solapan unas con otras. El tiempo en ese momento de nuestras vidas va más
rápido de lo que quisiéramos, se desboca. De adultos nos falta tiempo casi para
todo, como nos puede faltar el aire para respirar. “El tiempo vuela”, dicen algunos.
Otro atributo del tiempo: ahora, además de ser flexible, y docente, también
puede volar; como un pájaro, como un águila, libre. Envuelve nuestra
existencia, puede controlar todas nuestras acciones, las alarga si son
desagradables y las acorta si son placenteras. Va en nuestra contra, o al menos
no espera, creo que no es un aliado nuestro. Lo que ha pasado es irrepetible,
“el tiempo se nos escapa”. Otro dicho popular, se nos escapa de las manos como
si fuera un truco de un ilusionista: además de doblarse, de ser docente, de
poder volar, es mago. No lo podemos encerrar, no lo podemos capturar. Claro, no
es cautivo del adulto, tan solo lo es del niño. Ahora es ajeno a nuestro
control, a nuestra voluntad.
Para un viejo, el tiempo
simplemente ya no importa, o importa menos, como muchas otras cosas que a lo
largo de la vida van perdiendo su valor, ahora nos damos cuenta de que lo mas
preciado es la vida misma. El tiempo ahora no importa, se confunde entre la
noche, el amanecer, o el ocaso del día, da igual la hora que marque el reloj.
Es incontrolable. ¿Para qué obsesionarnos en su gobierno? Ya nos ha vencido.
Tomamos conciencia de que hemos vivido esclavizados por el tiempo, creíamos que
lo controlábamos, que lo podíamos medir, y llevarlo con nosotros a todas
partes, incluso a la cama y despertarnos con él cada día, excepto los domingos.
Que ingenuos, cuando en realidad era el tiempo el que nos controlaba, hasta el
punto de someternos a una puntualidad antinatural, porque el tiempo no nos
espera, inclusive los domingos, porque no nos podemos liberar de él. Otra
propiedad del tiempo: se dobla, es docente, vuela, es mago, pero además no
espera. En la vejez esto dará vértigo, esto lo imagino, aun no lo sé, pero lo
sospecho, simplemente tan solo de pararse a pensar sobre la velocidad a la que puede
discurrir debe de marear. Para un viejo que lo observa, desde su sitial,
simplemente lo ve pasar casi ya ajeno a él, le obliga a mirar hacia atrás,
porque hacia delante ya no cabe sino la espera, la espera de las peores de las
contemplaciones posibles; la propia derrota. Para entonces el tiempo ya no se
detiene ante él, pasa de largo. El viejo al verlo pasar delante, sin
interrumpir su marcha simplemente pensara, mirando atrás, que el tiempo es
sabio. Y no le faltara razón, porque indudablemente con la edad el tiempo va
ganando en sapiencia. He aquí otro nuevo atributo del tiempo: además de
doblarse, de ser docente, de volar, de ser mago y no esperar, es sabio. Si
porque empieza lento, indeciso, como titubeante, para luego ir ganando en sabiduría
con el tiempo, decidido, raudo, siempre en la misma dirección, hasta el final.
¿El final de qué? No, el tiempo no tiene final, como tampoco tiene principio,
aunque ya no estemos, el tiempo seguirá existiendo, es indestructible. Otra
nueva cualidad del tiempo: además de doblarse, de ser docente, de volar, de
ilusionar, de no esperar, de ser sabio, es indestructible. Piénselo si no:
segundo a segundo, minuto a minuto, no solo es imposible de manejar, o sea, no
nos permite retroceder, sino que tampoco nos permite segundas oportunidades,
porque tan solo deja atrás una tenue huella, en el recuerdo, y si te paras a
contemplar, el mismo tiempo te aplasta, lo sientes como pasa pero no lo vives.
Si te paras, es como si te detuvieras en medio de una tormenta de nieve,
simplemente cuando inicias de nuevo la marcha, dejas una nueva huella, esta
vez, aún más profunda que la anterior, y cada paso que das cuesta más esfuerzo
que el anterior. Pues, si miras atrás te mata. Y si miras hacia delante no lo
saboreas, y si no haces nada lo pierdes. Otra importante propiedad del tiempo:
se dobla, es docente, puede volar, es mago y no espera, es sabio,
indestructible, pero además se puede perder.
Igual el tiempo, incluso hasta
puede ser más veloz que un rayo, que la misma luz, no lo sé, pero es más
poderoso eso sí. Porque la luz se puede apagar pero el tiempo no. Como vemos en
la Creación del Universo: Dios creo la luz el primer día sí. Pero incluso
antes, en el principio, ya debía de existir el tiempo, pues en la misma Creación
se habla del principio. El tiempo pues, pasa ante todo, lo aplasta todo, aunque
no haya nada, aunque no haya luz, habrá tiempo. Otra cualidad del tiempo: es
dúctil, es docente, puede volar, es mago, no espera, es sabio, es
indestructible, se pierde, pero además, es el principio y el fin.
Lo mejor es no pararse a pensar en
estas cuestiones. Lo más inteligente es seguir caminando, y saborear cada
aliento que te ofrece el camino, o sea, el espacio; una dimensión amiga y
conocida. Caminar y seguir viviendo, sin detenerse a pensar en el tiempo,
porque si te paras; te suicida, te come, te devora. Aquí otra nueva y última
cualidad del tiempo: además de poder doblarse, de enseñar, de volar, de hacer
magia, de no esperar, de ser sabio, e indestructible, y de ser él mismo el
principio y el fin, es insaciable.
¿Pero cómo de insaciable es, y que
nos enseña el tiempo? Simplemente te enseña a que hemos estado obsesionados en
su medición y control; aún sin ser medible, -lo es tan solo en los parámetros
conocidos-, y mucho menos controlable o gobernable. Y que finalmente nos
vencerá, pero ya de viejos. O eso espero.
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